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Un sentimiento ardiente por un café

Actualizado: 17 may 2024


El roce de su mano sobre mi piel hacía que una vibración interior me recorriera por todo el cuerpo. Notaba la respiración acelerarse a medida que las caricias cubrían mi brazo derecho; sobre todo, cuando se acercaban al hombro. Siguieron los besos en el cuello, suaves, lentos, que me hacían sentir como si un hilo de aire se filtrara por cada rincón, haciendo que toda yo me erizara. Cerré los puños con fuerza y apreté mis labios para evitar soltar un gemido de lujuria, consciente de que una cafetería no era el lugar apropiado. Pero para él parecía de lo más normal y, la verdad, me estaba gustando.


Estábamos sentados estratégicamente en un banco de madera, rodeado por cojines de colores, en un rincón de aquella cafetería tan luminosa. Los grandes ventanales que daban a la calle dejaban filtrar los rayos del sol. Sabía que a ojos de muchos éramos invisibles, pero tenía la sensación de que un centenar de miradas estaban pendientes de mí y de mi comportamiento. Su mano volvió a acariciar mi brazo con sutileza, aunque esta vez se fue deslizando hacia abajo hasta rozar mi muslo. El vestido veraniego amarillo con un estampado de flores lo ayudaba a hacerse camino con más facilidad. Me acarició los muslos con suavidad, transmitiendo ternura, mientras que los besos y el roce de su nariz en mi cuello seguían provocándome una reacción placentera. Sin dudarlo, empezó a acercar su mano a mi zona más íntima. Abrí los ojos, sorprendida. «Aquí no... No es el mejor lugar...», pensé. Pero en realidad deseaba que continuara. Sus dedos rozaron mi ropa interior, ligeramente húmeda, y poco a poco se hicieron paso por debajo. No pude evitar inspirar profundamente, reteniendo el aire para no soltar un gemido de golpe. Me masajeó mi zona favorita suavemente, en círculos, mientras me rodeaba con el otro brazo y seguía acariciándome, intercalando las yemas de los dedos con las uñas. Mi piel seguía erizada, como si pudiera sentir frío en un día tan caluroso. Pensé que debía frenar esto, que el lugar donde estábamos no era ético, pero lo estaba disfrutando tanto que, por primera vez, decidí hacer caso omiso a lo socialmente correcto y me dejé llevar.


Me besó en los labios con ternura. En uno de esos besos, húmedos como mi ropa interior, metió su lengua que, de forma suave, empezó a jugar con la mía trazando círculos en el interior de mi boca. Mientras, sus dedos seguían jugando con mis otros labios, más íntimos, intercalando velocidades lentas y rápidas, pero siempre suaves, sin presionar. Me sorprendió lo bien que manejaba los dedos, porque hasta entonces solo había tenido experiencias nefastas en las preliminares. Por fin, notaba que alguien entendía mi cuerpo y quería conocerlo. Bajé mis brazos y puse mis manos agarraron con fuerza la madera de la banca donde estábamos sentados; empezaba a notar un cosquilleo en todo el cuerpo. Se arrimó a mi oído y susurró, dejando fluir su aliento junto el olor a colonia, sabor a chocolate, que me hizo morderme los labios de forma lasciva.


Seguía con los movimientos en mi zona íntima. Incluso los intercalaba mientras introducía el dedo en mi interior, al principio lento, superficial. Pero después lo metió hasta el fondo, parecía que sabía bien lo que hacía. No pude evitar que mis ojos se salieran de las órbitas. Mis piernas empezaron a temblar, mi respiración se volvió más intensa y continua; lo que me llevó a aferrarme más fuerte a la madera, como si la fuera a partir en dos. Tuve un momento de subidón, y después de contraer el cuerpo, alcancé el clímax. Solté un suspiro, dejando que mi respiración volviera poco a poco a la normalidad. En ese instante noté el ardor en mis mejillas, pensando que la gente se había dado cuenta de lo que acababa pasado. Hice un barrido con la mirada a mi alrededor y al ver que todos actuaban con normalidad, suspiré aliviada.


Todavía con algunos temblores, lo miré fijamente mientras él esbozaba una sonrisa, a la que yo contesté con otra de satisfacción. Me besó en los labios dulcemente mientras me acariciaba el mentón. Después, se levantó y caminó hacia el baño sin mirar atrás. Mientras, yo seguía sin acabarme de creer lo que acababa de suceder, pero me sentía feliz, así que agarré mi taza de café con leche, ya frío, y di un sorbo. En unos minutos estuvo de vuelta, cogió su chaqueta negra de cuero y me alargó el brazo para que le agarrara la mano. Respondí al gesto y me levanté, para irnos paseando poco a poco, dejando el café frío pero con una sensación de calor recorriéndome todo el cuerpo. 



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