Mi amigo: River (Castellano)
- Anna Soler Soler
- 5 nov 2020
- 3 Min. de lectura

Se notaba que la primavera estaba al acecho, ya se podían escuchar los primeros cánticos de los pájaros de buena mañana. Las flores brotaban desplegando un manto de colores en las calles provocando esbozos de asombro y sonrisas entre las personas que deambulaban por aquellos lares. Parecía cómo si todo empezara de nuevo, aunque para mí significaba que el curso estaba llegando a su fin, deseando así las vacaciones de verano. Y es que el camino que tenía que recorrer día tras día se hacía muy largo, sobre todo en invierno. Además, apenas llevaba dos meses en el instituto y todavía no había hecho amigas, tenía la sensación que, como siempre, no encajaba. Con el buen tiempo aprovechaba la vuelta para acercarme al río que pasaba justo al lado del pueblo, y ese día no iba a ser menos.
Llegué al parque y me senté a la orilla mientras tiraba piedras en el agua. Me gustaba escuchar la fluidez y el chapoteo cuando una piedra desaparecía entre las corrientes. Cerré los ojos e intenté imaginarme que me encontraba lejos, muy lejos, en un lugar fantástico en el que refugiarme. La brisa acarició mi pelo corto, haciendo que se erizara mi piel cuando rozó la nuca, no pude contener una leve sonrisa provocada por el cosquilleo. Sin embargo, lo que hizo que abriera los ojos como platos fue el maúllo de un gato. Era muy agudo, así que se debía tratar de alguna cría. Curiosa, me levanté, me espolvoreé la falda y seguí el sonido, hasta que entre los matorrales vi como un gatito gris, de apenas tres meses, estaba deambulando solo. Miraba a su alrededor, parecía perdido y confuso. No pude evitar derramar un lágrima al ver el animal tan indefenso. Miré alrededor para comprobar que su madre y hermanos no estuvieran cerca, aunque fue todo un fracaso, estaba solo. No dudé ni dos segundos que lo agarré dándole calor entre mis manos.
Noté como temblaba, se acurrucó como si fuera un bola de pelo gris. Le acaricié dulcemente el lomo varias veces y le dejé oler mi mano para que se familiarizase. Todavía con su inseguridad, volví a casa. Al llegar apenas saludé y me fui directa a la habitación, donde lo dejé en el suelo. En ese mismo instante se abalanzó a la montaña de peluches que había en una esquina, quería jugar con ellos. En seguida lo aparté de allí y los guardé como pude en el armario abarrotado de ropa.
- Quédate quieto mientras voy a coger algo de comida y bebida -dije preocupada por los destrozos que podría ocasionar durante mi ausencia.
Salí rápido de la habitación dejando la puerta cerrada, bajé las escaleras con sigilo y antes de entrar en la cocina me aseguré que no había nadie. Solté un suspiro y fui a la nevera, donde agarré un par de lonchas de jamón de pavo y llené un bol con agua. Después, con mucho cuidado, volví a la habitación haciendo malabarismos para que no se me cayera nada e intentando hacer el menor ruido posible. Notaba como las palpitaciones eran más aceleradas y hasta que no llegué y cerré la puerta no solté un suspiro de alivio.
Miré por todos lados, no veía el gato y temí lo peor. Empecé a llamarlo utilizando distintos nombres, lo que me llevo a pensar que todavía no le había puesto uno.
- ¡Ya sé! -exclamé con los ojos como platos- ¿River, dónde estás?
Decidí ponerle ese nombre en honor a nuestro encuentro fortuito al lado del río. Asomé la cabeza bajo la cama y lo encontré lamiéndose el cuerpo, así que le acerqué las lonchas de pavo troceadas y el bol con agua. Quería dejarle su espacio, por lo que me aparté y me tumbé en la cama.
Al cabo de unos minutos salió mirando a los alrededores, en cuanto fijó su mirada a la mía se quedó quieto, a la espera. Dibujé una sonrisa en mi rostro y alargué la mano. Curioso, empezó a olisquear y se acercó lentamente hasta que de un salto llegó a mi lado. Escuché su ronroneo mientras dibujaba eses con su cabeza bajo la palma de la mano. Me tumbé y se subió encima de mi barriga donde se aposentó cómodamente enroscado, haciendo de nueva aquella forma de bolita gris. Había hecho un amigo.
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