top of page

La soledad de Pedro


Otro año más en la diminuta habitación. Pedro estaba sentado en su cama apoyando la cabeza sobre las manos mientras miraba fijamente la moqueta verde, vieja, con olor a humedad y a quemado, fruto de los cigarrillos que había tirados en el suelo. Ese día tenía que ser especial, cumplía los treinta, pero apenas se acordaba de su edad y es que hacer años era una tortura.

Nació bajo el umbral de una familia de clase obrera, tenían lo justo para llegar a fin de mes. Su madre fue un gran pilar durante la infancia, le enseñó a hablar, leer, contar y escribir, hasta que a los seis pudo ingresar en un colegio. Apenas veía a su padre, trabajaba de sol a sol en un fábrica de coches y, al finalizar la jornada, se iba de copas con sus compañeros. Cuando llegaba a casa, apestando a alcohol, Pedro ya estaba durmiendo, o eso creían. Muchas veces escuchaba las fuertes discusiones entre ellos y como golpeaba a su madre. Se encogía hecho un ovillo en la cama mientras se tapaba la cabeza con la almohada y cerraba los ojos con fuerza, quería desaparecer.


El colegio, el siguiente infierno. No tenía amigos, le acechaban en todo momento mientras que los profesores volteaban la mirada. Vivía en un barrio conflictivo y sabía que lo último que encontraría allí era alguien que le ayudase. La soledad le definía, había empezado a hablar con sus compañeros imaginarios, para nada usuales, monstruos diabólicos con dientes afilados, ojos penetrantes y piel áspera. A los doce les empezó a hacer caso, se cansó de ser el torturado y comenzó a golpear a todo aquel que se metía con él. Poco a poco se fue ganando la reputación de “El Loco”. Había conseguido que no le abuchearan, se apartaban de él, como si le envolviera una burbuja. No obstante, llevaba a los monstruos a su lado.

Pasó la adolescencia en un reformatorio después de matar a una persona fruto de una pelea callejera. Para entonces, su padre no quiso saber nada más de él y su madre había muerto de cáncer.


Le reinsertaron en el mundo laboral como peón en una fábrica de madera. Allí tampoco hizo amigos, seguía hablando solo y se ceñía a su horario. Nunca tuvo un cumpleaños como los demás y ese año tampoco iba a ser diferente. Miró la mesita de noche. Había un bote lleno de pastillas, lo agarró mientras se le derramaba una lágrima. El sonido del bote vacío resonó por las cuatro paredes mientras que Pedro se acurrucaba en la cama junto a sus monstruos, quienes se lo llevaron al mundo en el que siempre quiso haber vivido.

Comments


Publicar: Blog2 Post

Formulario de suscripción

¡Gracias por tu mensaje!

  • Facebook
  • Twitter
  • LinkedIn

©2020 por Anna Soler. Creada con Wix.com

bottom of page