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Desesperación


Había llegado el día de poner rumbo a mi viaje. Pensaba que ya estaba preparada, lo había planificado y organizado todo para que pudiera ir según esperaba. Me habían contado tantas cosas sobre este viaje, no podía esperar más para empezarlo. Quería llegar a ese destino donde todos tenemos que ir y del que siempre la gente habla, donde se encuentra la felicidad, el poder vivir, compartir y estar con más gente como yo. Desde pequeña había estado aprendiendo muchísimas cosas que me ayudarían a lo largo de mi camino.

Así que me vestí, no quise poner mucho empeño en ello, escogí un look acercándose más a lo formal pero cómodo, que me permitiera dar muchos pasos en mi camino. Sin olvidarme que tenía que dar una buena impresión. Así que me arreglé con una camisa blanca, con cierto olor a suavizante, me puse unos pantalones tejanos ajustados, pero cómodos, de color azul marino, una americana también azul marino, para dar un toque más ejecutivo, unos pendientes pequeños, simplemente para dar un toque de diferencia a mi apariencia que había tenido hasta entonces, y unos botines negros cómodos que me permitieran dar muchos pasos en mi vida. Lo que sí que no podía faltar era mi gran mochila viajera, en la que iría llenando las experiencias a lo largo del recorrido.

Ahora mismo estaba vacía, pero llevaba mucho tiempo cosiéndola a mano con todo aquello que había ido aprendiendo. No era de un solo color, pero destacaba el azul, me encanta este color. Recuerdo todo lo que me costó para acabarla y aun así sabía que podía seguir cosiendo para hacerla aún mayor. Pero creo que eso era el trabajo que tenía que hacer durante mi camino. Entre tanto azul podíamos distinguir el color rojo como base de la mochila. Aún recuerdo cuando empecé con la base, un rojo intenso se apoderaba de mí, sentía como si en la vida no hubiera más colores. También tenía un par de bolsillos amarillos en el lateral izquierdo uno encima del otro, donde recuerdo momentos de luz, esperanza y confianza. Tenía dos bolsillos rosas, uno externo, en la parte frontal, y otro interno, donde tendría aquello más preciado. Justo en el otro lateral contaba con dos bolsillos más, uno lila y otro verde, también colocados uno encima de otro.

Respiré hondo frente a la puerta de entrada, coloqué la mano en el pomo y la abrí dubitativamente. La luz que irradiaba des del exterior era increíble. Por un momento me cegó la vista y no tuve más remedio que taparme los ojos con el brazo para poder acostumbrarme poco a poco. Hacía un sol radiante y brillante y yo lucía un aspecto con energía y con expectativas por saber lo que el mundo me depararía.

Avancé unos pasos y me detuve. Hacía un poco de viento, una brisa que llevaba consigo unos susurros que me animaban a continuar. Sin embargo, frente a mí vi dos caminos a tomar: uno tenía un sendero marcado, con un ambiente agradable y lo que me parecía ser a mí un camino más fiable. Por otro lado, simplemente veía hierbas altas y todo tipo de vegetación, como si fuera un lugar inexplorado. Me quedé pensativa por unos instante pero la brisa continuaba, igual que los susurros, los que me empujaron directamente al camino marcado. Lo que me dio a entender que ese camino era el que estaba escrito que tenía que tomar.

Volví a respirar hondo y di mi primer paso. Por fin había empezado todo. La brisa era suave, pero la podía notar claramente en mi piel y sobre todo en mis oídos, porque seguía escuchando aquellos susurros que me indicaban el camino a seguir. Mientras caminaba recordaba la importancia de seguir ese camino pese a las dificultades que pudiera encontrar, ya que, según lo que se me había dicho, todos tenían que pasar por aquí. Estuve un rato pensando, hasta que el viento sutilmente, pero con claridad, me llevó la mirada hacia una piedra de color gris y con una forma más o menos rectangular que había en el camino. Es verdad, tenía que ir recogiendo aquel material para poder construir mi hogar cuando llegara a mi destino. Todos lo han hecho así. Así que sin más dilación fui directa a la piedra y me la puse dentro de la mochila. Cuando la abrí, vi aquel bolsillo rosa en el interior, donde había colocado objetos preciados que quería que estuvieran cerca de mi corazón. Cerré los ojos, pensé que me gustaría pasar más tiempo con aquellos objetos, ya que eran muy preciados e importantes. Pero de repente el viento volvió a susurrar a mi oído. Es verdad, tenía que continuar. Así que coloqué la piedra dentro de la mochila, la cargué a cuestas y seguí mi camino.

El sendero parecía ser muy agradable, veía los pájaros cantar, unas fragancias de flores silvestres, que por cada respiración que hacía parecía que mi paso fuera más firme que el anterior, mientras que la brisa y el viento seguían susurrando. Por el camino seguía encontrando piedras, las cuales iba colocando dentro de mi preciada mochila viajera. Poco a poco veía y notaba cómo se iba llenando, el peso empezaba a ser considerable. Pero imaginaba que esa era la carga que tendría que ir soportando.

Sin darme cuenta, y a medida que iba avanzando, cada vez notaba que la mochila pesaba más. Mis pasos ya no eran tan firmes como antes, pero no me impedían continuar mi viaje. Estaba tanto en las nubes, pensando en cómo sería mi futuro, que no me di ni cuenta de como la vegetación se había ido espesando, ya no veía aquel amplio y marcado camino. Al fijarme bien, vi que el sendero se había hecho más estrecho, pero seguía lo suficientemente marcado para continuar. Lo que sí que notaba era que toda la vegetación estaba más cerca de mí. Casi sin dar pasos a los lados podía tocar las ramas y arbustos. Notaba que mi espacio vital estaba siendo invadido. Además, ya no había tantas flores, los pájaros no cantaban y el viento soplaba con un poco más de intensidad. En un primer instante me asusté, pero los susurros continuaban, ya no tan sutiles, pero igual de claros.

Sin apenas darme cuenta me había adentrado en un bosque. Me paré un instante y miré al suelo. Que alivio al ver que el sendero seguía ahí, pero al levantar la cabeza y mirar a ambos lados vi una inmensidad de árboles a mi alrededor, con troncos que al menos tenían que hacer tres metros de diámetro. No había flores, ni pájaros cantando. Creo que había entrado en uno de esos lugares en los que sí o sí tenía que pasar o eso era lo que el viento me seguía susurrando al oído. Quise dar un paso hacia atrás, pero noté como el aire me empujaba hacia adelante. Es verdad, lo que estaba sucediendo era lo que estaba marcado, lo normal, tenía que seguir por ese camino. Miré hacia arriba en busca de alguna luz que me pudiera guiar, pero los rayos del sol apenas podían penetrar en la frondosidad de las hojas de esos árboles gruesos y gigantescos. Todo se estaba volviendo muy oscuro.

Cada vez se hacía un poco más difícil avanzar. Llevaba mucho peso en la espalda, apenas podía mantenerme recta como hasta entonces y el sendero cada vez se hacía más estrecho. La sensación que tenía era que mi mochila estaba llena de piedras, pero conforme avanzaba, sentía que las piedras caían de esos árboles gigantescos y se iban postrando en mi espalda, ya un poco curvada. Me giré para intentar ver qué tipo de piedras eran, porque yo no las había cogido. Lo sorprendente es que no las podía ver, no había nada más que las piedras que había cogido a lo largo del camino, pero mi sensación era que llevaba más encima, como si tuviera un carga invisible que se aprovechaba de mi viaje para avanzar.

A medida que iba avanzando notaba que me faltaba el aire, había muchos arbustos que me rozaban y me rasgaban la ropa. Ya no estaba con la misma apariencia formal del principio. Me decidí quitar la americana, ¿para qué me serviría? Estaba totalmente rasgada. Además, empezaba a notar que ya no me quedaba tan bien como antes.

Quise seguir avanzando a duras penas. Las ramas, cada vez más gruesas, rozaban mi cuerpo a cada paso que daba, haciéndome heridas sobre todo en la cara y en las manos, pero también había conseguido desgarrar la camisa y los pantalones, con lo cual mis brazos y piernas también mostraban arañazos.

Todo el ambiente se hacía más pesado, más pequeño y apenas me quedaba aire para respirar. Aunque sabía que estaba en un bosque, la sensación era que estaba caminando a través de una cueva estrecha y sin luz, como si pendiera de un hilo. Noté como mi cuerpo cedió dejándose caer al suelo. Me quedé a cuatro patas, con el peso de aquella mochila e intentando avanzar, como si de un animal se tratara.

El viento se volvió muy fuerte, ya no eran solo susurros, eran voces que acechaban a mi cabeza diciendo que era lo que tenía que hacer. No podía mirar hacia atrás ni a los lados, solo me permitía seguir adelante por un sendero que apenas se podía distinguir entre tanta oscuridad. Yo no quería ir por ese camino, estaba asustada y tenía miedo. Empecé a notar que ya no tenía control sobre mi misma. Mi cuerpo no reaccionaba a lo que yo quería y empezó a ceder aún más. Las piedras seguían cayendo sobre mi espalda hasta que quedé tumbada en el suelo. Intenté reptar, para ver si podía seguir adelante y salir de ese mundo oscuro que me tenía atrapada. Lo intenté. Pero fue demasiado peso para mí. Me rendí. Ya no podía más, quería irme de allí. Me quedé tumbada en el suelo, sola y bajo aquella mochila con un peso enorme que me había dejado rendida, sin posibilidad de movimiento. Se acabó. La oscuridad, el viento y el peso me consumió dejándome ahí tumbada para siempre.

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