top of page

El mundo de Érica (Castellano)


Érica era una niña de nueve años que, cada día cuando se despertaba, lo primero que hacía era agarrar su cuaderno de dibujos. Siempre lo dejaba encima de la mesita de noche antes de irse a dormir. De esta forma, cuando se levantaba podía dibujar aquello con lo que había soñado esa noche. Este día no iba a ser diferente del resto, así que abrió el cuaderno por la mitad y dibujó un ser vivo fruto de su imaginación en su sueño: con cabeza de gato pero con un solo ojo, cuerpo de conejo y una cola de caballo. Había soñado que este ser había sido su fiel compañero en un viaje al mundo de la chucherías.


Cuando bajó a la cocina a desayunar también lo hacía con su cuaderno, siempre lo llevaba bajo el brazo por todos lados, ya que los dibujos que hacía iban mucho más allá de sus sueños. Durante todo el día tenía la cabeza en las nubes y era capaz de ver todo aquello que quisiera, pero, de hecho, no lo estaba buscando, sino que allá donde iba veía otros seres, más o menos parecidos a las personas o animales, pero que nadie más era capaz de verlo. Por eso, cada vez que veía algún ser que le llamaba la atención se paraba, se sentaba donde estuviera y dibujaba con detenimiento. Además, les ponía un nombre a cada uno de ellos.


Hoy, durante el desayuno, veía como de los agujeros centrales de los cereales en forma de rosquillas pequeñas salían unos peces de colores con dos cuernos en la cabeza y que no dejaban de saludarla con una sonrisa. Ella también reía. Agarraba una rosquilla con la cuchara y en el momento en el que se la acerba a la boca para comérsela el pececito desaparecía entre la leche. Hacía que su desayuno fuera más ameno y divertido.


También se llevaba el cuaderno al colegio, era imposible que algún día no lo hiciera, pero esto le había causado algunos problemas con sus compañeros. Algunos se reían porque creían que estaba loca y le hacían jugarretas. Por este motivo era que siempre se la veía sola y dibujando, ya que, aunque aparentemente se veía contenta, por dentro estaba triste por todo lo que le decían y como le trataban.


Un día llegó una niña nueva en clase, Clara. Todos los niños y niñas se sorprendieron porque parecía una muñeca de porcelana, tenía los cabellos largo, rizados y rubios como el oro, los ojos de un azul claro, casi transparente, y tenía una sonrisa encantadora. Después de que el maestro la presentase a los compañeros se fue a sentarse al lado de Érica, quien solo con verla se pensó que era una hada que venía de otro mundo.

Cuando llegó la hora del recreo agarró su cuaderno y se dirigió hacia un rinconcito para dibujar una hada inspirada en Clara. Mientras lo hacía, Clara se acercó por detrás y, sin decirle nada, se quedó mirando como dibujaba.


Cuando el dibujo estuvo listo, Clara le dijo que le gustaba mucho y que le gustaría ver más. Érica se asustó cuando oyó una voz de repente, pero después de escuchar esas palabras se puso roja como un tomate. Al principio, cerró el cuaderno y lo agarró aferrado contra su pecho por vergüenza a enseñárselo. Sin embargo, después de que Clara estuviese insistiendo un buen rato, acabó cediendo y se lo dio. Se tapó los ojos mientras le daba la espalda. Solo se podían escuchar palabras de admiración, mientras Érica seguía con las mejillas rojas. No había habido ningún compañero o compañera antes que le hubiese dicho alguna palabra bonita sobre sus dibujos o lo que hacía. Sin poderlo evitar, las lágrimas empezaron a brotar de sus ojos. Clara le preguntó por qué lloraba, pero Érica no le quiso decir nada, así que lo único que pudo hacer fue darle un abrazo muy fuerte, y le dijo:


- No dejes nunca de dibujar.


A partir de entonces se hicieron muy amigas, inseparables. Érica le explicaba todas aquellas historias que plasmaba en sus dibujos mientras que Clara la escuchaba con mucha atención e intentaba imitar algunos de los personajes que creaba. Pasaban muchos ratos riendo y jugando dentro de aquel mundo imaginario que Érica iba creando. Poco a poco, los otros compañeros y compañeras se fijaron en la diversión que transmitían las dos niñas. Así que, uno a uno, se acercaron para interesarse por lo que hacía Érica en su cuaderno. En un principio, tenía miedo y le daba vergüenza, ya que pensaba que se volverían a reír, pero esta vez con la ayuda de Clara lo pudo hacer, dejando fascinados a todos sus compañeros, quienes ya no la volvieron a molestar nunca más.

Comments


Publicar: Blog2 Post

Formulario de suscripción

¡Gracias por tu mensaje!

  • Facebook
  • Twitter
  • LinkedIn

©2020 por Anna Soler. Creada con Wix.com

bottom of page